martes, 6 de diciembre de 2011

En busca de los valores estéticos de lo infinito a propósito de las ruinas circulares.





 “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado”. De esta manera comienza Borges la narración de las ruinas circulares, relato que hace parte de su libro Ficciones, publicado en el año  1944.
            Desde el comienzo mismo, nos introducimos en el terreno de lo místico, primera categoría estética a identificar en este relato, entendiéndola como el grado máximo de unión del alma humana a lo Sagrado durante la existencia terrenal. El hombre, completamente desconocido, desembarca en el fuego sacro, de la misma manera como, nosotros lectores desprevenidos, desembarcamos con él, en este viaje de realización y reconocimiento, siendo este último, como lo era en la tragedia griega, fundamental para el surgimiento de las más elevadas emociones, cuando entendemos la verdadera naturaleza del personaje, al final del relato.
            “Venía del sur… donde el idioma zend no está contaminado de griego…”. El universo Borgiano es vasto en referencias, no solo literarias. La obra de Borges, en su combinación de valores gramaticales finitos, reclama un análisis en profundidad del acto de leer, para en verdad hacerse infinita en el receptor. Cada referencia, se expande de manera hipertextual a estancias del conocimiento inmensurables. En la frase citada anteriormente, por ejemplo, Borges introduce el idioma zend, que era el nombre general de los libros sagrados de los parsis, adoradores del fuego o del sol. De esta manera de forma sutil, aunque en la mayoría de casos pasará desapercibida a no ser por una lectura critical, se nos declara la importancia del fuego en la narración, como lo declara pocas líneas más adelante: “se arrastró… hasta el recinto circular…que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza”.
            Ningún detalle es fortuito, nada está escrito a la ligera. Todo hace parte de un círculo perfecto, completo e infinito.
            “Sabía que su inmediata obligación era el sueño”. En una entrevista a María Esther Vázques a propósito del relato declara: “Ocurrió por única vez en la vida, y es que durante la semana que tardé en escribirlo yo estaba como arrebatado por esa idea del soñador soñado. Es decir, sentía que todo era falso, que lo realmente verdadero era el cuento que estaba imaginando y escribiendo, de modo que si puedo hablar de la palabra inspiración lo hago refiriéndome a aquella semana, porque nunca me ha sucedido nada igual con nada”. Borges mediante el sueño nos propone un quebrantamiento de todos los límites entre la realidad y fantasía, así como entre el sueño y la vigilia. El sueño es el portal hacia un mundo onírico que es más real que la realidad misma. El infinito se constituye a partir del encuentro con el universo creado en el sueño que a su vez se expande en otro sueño en un círculo perfecto, de manera similar a como lo narra magistralmente Cristopher Nolan en su película El Origen. “Laberintos. Senderos que se bifurcan. Capas y capas de conciencia que dificultan diferenciar la realidad de los sueños. Pero ¿no son reales los sueños?”. De seguro el director de la película, en algún momento de su vida, tuvo que haberse cruzado con los relatos metafísicos de Borges.
            “Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”. Es un proyecto mágico, como lo declara el mismo autor. El hombre en su trascendencia mística, anhela mediante el sueño convertirse en Dios. Aquí se revela la categoría estética de lo mágico: el hombre anhela “tener el poder” de modelar una creación a su imagen y semejanza. En el sueño se convierte en un mago y es por esto que se consagra a su “única tarea de dormir y soñar”. Borges, refiriéndose a El congreso, otro de sus cuentos, afirma: “la idea de esas personas que emprenden una labor tan infinita que coinciden con el universo y que no sienten eso”.
            “Aquel examen redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real”. “El hombre en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores”. Borges continúa desvaneciendo los límites de la realidad entre el sueño y la vigilia, hasta el punto de, en su estética de la recepción, hacer creer al lector en la posibilidad de él mismo convertirse en un mago; por lo menos a mí. “El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado”
            “Esperó que el disco de la luna fuera perfecto”. Borges emplea un lenguaje poético, lleno de metáforas que enriquecen el texto. Así como se refiere a la “unánime noche” para abrir en el lector un sinfín de posibilidades, usa constantemente figuras que aparte de ser hermosas desde su estética, aportan multiplicidad de sentidos.
            “En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado”. Una vez más Borges recurre a la hipertextualidad en función del ahondamiento en lo místico. En la cosmogonía gnóstica, el hombre está dotado, por una parte del alma de Dios, pero por otra, de la materia, que es el habitáculo del mal. El demiurgo es quien toma la posición del mago, siendo el creador. Esta referencia, no solo sirve para ahondar en el relato, sino para introducirnos en las ideas teológicas que interesaban a Borges y además estaban presentes en buena parte de su obra. Sirven no solo para adentrarnos más en la narración, sino para mediante el conocimiento del escritor mismo, aportar una visión más para entender el universo.
            El hombre sueña con un múltiple Dios que le revela su nombre: fuego. “Animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el fuego mismo y el soñador, lo pensarán un hombre de carne y hueso”. El relato también puede considerarse como un mito de origen, equiparable al mito cosmogónico, pues narra y justifica la creación del hombre, desde lo puramente literario.
“El fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma”. Borges plantea elementos de lo fantástico, pero la narración ha sido tan verosímil, que no se percibe que haya un choque entre lo natural y lo sobrenatural. Ha generado un plano de la realidad, tan legítimo, que no se pensaría ajeno ni fantástico incluso para nuestra existencia como lector. Así, tampoco los límites de la fantasía y la realidad, dentro y fuera de la narración, tampoco están establecidos; son infinitos.
“No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre”. Esta es la primordial paradoja que plantea el relato de Borges, de manera parecida a como en su poema Ajedrez compone: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza/ ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/ De polvo y tiempo y sueño y agonías?”. La paradoja se deleita en el infinito. El relato se completa y se vuelve circular, cuando el hombre, en su reconocimiento, se da cuenta que es el sueño de otro hombre. Borges crea un paradigma, infinito, perfecto, circular, que se deleita en lo sublime y en los valores que nos hacen comprender un esbozo de la eternidad. “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”.

          
Bibliografía.
Borges, obras completas. Emecé Editores.
Borges, sus días y su tiempo. Vázques Maria Esther. Ediciones B. Argentina.
Estética. Xirau Ramon. Editorial Trotta.
Mito y realidad. Eliade Mircea. Editorial labor.
El Origen, de Chistopher Nolan. http://www.kubrika.com/?p=353